22.6.08

Spore, jugando a ser Dios

El arte del videojuego (¿décimo arte? ¿undécimo? ¿alguien lleva la cuenta?) nos da en ocasiones un placebo para la megalomanía que nos aqueja. En lo personal, el único videojuego al que sigo siendo fiel en mis últimos diez años es el Civilization. Mientras espero este año la salida del Starcraft 2 y evito a toda costa ser atrapado por el aroma tentador de los multiplayers masivos como World of Warcraft (no vaya a ser que nunca vuelva de allí), hay otro título en el horizonte para quienes gustamos de las cosas jugadas a escala titánica: Spore.

¿Las razones? Las cinco fases de juego del Spore: Célula, Criatura, Tribu, Civilización y Espacio Exterior.

Célula
1. Comienzas jugando como un organismo unicelular que se va volviendo más complejo, y cuya evolución uno mismo maneja, para volverlo una especie eficiente y exitosa. Esta parte del juego es como una suerte de arcade al viejo estilo de los juegos bidimensionales.



Criatura
2. En el siguiente paso, tu organismo ya pluricelular y desarrollado adopta una forma de gran escala, paso en el cual existe una amplia libertad de diseño de la especie en sí. De las características añadidas como alas, escamas, forma de la columna, patas, piel gruesa o delgada, arquitectura corporal, mandíbulas, rapidez, dureza, sentidos finos, y un etcétera, depende las estrategias de supervivencia de tu peculiar monstruo. Esta parte tiene otra mecánica de juego, como un shooter unipersonal en tres dimensiones.



Tribu
3. El organismo que diseñaste adquiere conciencia e inteligencia y el juego se torna distinto, cuando tienes que desarrollar la forma de hacer sobrevivir a tu especie personalizada, en un entorno de tribus y conflictos de bandas por recursos, así como contra otras especies más bestiales y agresivas.



Civilización
4. Tu tribu desarrolla una cultura avanzada, y el juego se transforma en uno de estrategia similar al glorioso Civilization. Ya sabes, lleva a tu nación desde la edad de piedra hasta la era espacial.



Espacio Exterior
5. Como si no fuera suficientemente alucinado, si en la cuarta etapa consigues unificar por métodos pacíficos o no tan pacíficos el planeta donde vives, y desarrollas tecnología espacial, el juego se transforma en uno de estrategia a escala cósmica, primero dentro de tu sistema solar y luego, con la tecnología que desarrolles para sacarle la vuelta al límite de la velocidad de la luz (warp, hiperespacio, velocidad absurda, o lo que sea), puedes visitar e interactuar con otros sistemas donde especies totalmente distintas a la tuya ya han conseguido convertirse en civilizaciones con capacidad interestelar. Una vez más no hay un solo camino, pues puedes decidir jugar con una aproximación diplomática, comerciante, aislacionista, recelosa y defensiva, o simplemente el viejo método de Napoleón-en-el-espacio-exterior y te mandas en una conquista del Universo que ya quisiera Palpatine o Ming el Despiadado.



De una ameba a un superestado cósmico. Si alguien conoce una premisa de videojuego más ambiciosa, avísenme. Mientras tanto, aguardo el Spore. Aquí un video del diseñador del juego, Will Wright.

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