3.6.11

El tercer Mal Menor

La gran trampa de esta segunda vuelta en el Perú es acabar justificando un extremo para derrotar el otro extremo. Bajo la lógica del mal menor se disfraza un sistema electoral obsoleto e inadecuado para nuestro país, que por tercera vez consecutiva plantea una dicotomía indeseable para casi la mitad de la población. El actual sistema electoral incentiva a cambiar convicciones y moldearlas de manera cínica, y en algunos casos farisaica, a una realidad electoral inminente y blindada, una realidad que es de dos opciones cerradas y bloqueadas. Nos empuja a buscar parapeto cuando el otro bando se atrinchera en una zanja y dispara a mansalva y con fuego graneado.

Una de las opciones, la de Gana Perú, propone un cambio de rumbo. En medio de la avalancha de piedras que son sus cambiantes planes de gobierno, permanecen propuestas interesantes de redistribución, preocupación por las pensiones de los retirados, mayor presencia del Estado como regulador de la gobernanza, atención y justicia social.

Y allí termina lo interesante.

El candidato presidencial de esa opción hace menos de diez años sostenía ideas fascistas y de superioridad racial, y hace solo cinco, a la par del financiamiento de una autocracia extranjera, se convirtió al marxismo más anquilosado. Es una persona que también estuvo atrás de dos intentos de golpe de Estado y de quien se tienen más que sospechas que haber cometido torturas y asesinatos. Unos asesores carísimos financiados por la misma autocracia extranjera se han esforzado, con cierto éxito, en presentarlo como una opción presidencial moderada después de ser fascista, racista, golpista, luego socialista-chavista. En Ollanta obra un milagroso y continuo síndrome de Saulo de Tarso que le sucede cada 5 años. Tal es el personaje que algunos popes y emperadores de ropajes invisibles quieren presentarnos orwellianamente como “el voto de dignidad”.

No se puede caer en una ingenuidad absoluta y mortal con Ollanta Humala. Es notorio que su discurso posee una convicción mesiánica como la de Alan García en 1985, sin la misma oratoria y carisma y con la misma receta para un resbalón mortal, que sería desconsolador en uno de los mejores momentos de la historia de este desafortunado país. Porque si bien el sistema necesita cambios, no recuerdo que alguna vez en la historia el debate nacional haya girado fuertemente en si se está reduciendo la pobreza con suficiente rapidez o no, en si se puede redistribuir más o no, en que hay riqueza y estabilidad que repartir. Bajo los esquemas previos en nuestra historia solo encontrarán crisis y más crisis, guerras, alta corrupción, dictaduras, escasez, semifeudalismo, inflación, anarquía o todo junto. Mirado en una panorámica con el resto de nuestra historia, y aún con grandes problemáticas pendientes, nos va mejor que en cualquier otro momento de la República.

Es donde comienza la trampa del statu quo: la otra opción del menú binario que nos ha impuesto el sistema.

El voto por la preservación del modelo económico que es representado por Keiko Fujimori, viene acompañado con una gran carreta que su condición de heredera del capital electoral fujimorista la obliga a arrastrar: el gobierno de su padre Alberto Fujimori. Las violaciones a los derechos humanos, la entronización de la corrupción en el núcleo mismo de la gobernanza y el desprecio por las instituciones democráticas son los tres ejes en torno a los que giran una miríada de casos que arrojan un velo negro a los logros de orden económico e interno de los primeros 5 años del fujimorato. Es ciertamente falaz creer que Keiko hereda las culpas y delitos de su padre, o que contemple repetir los errores de dimensiones criminales de esa época, que ella se ha esforzado en deslindar, aunque tardíamente. El argumento del pasado de otra persona que no es ella, puede pesar contra 10 candidatos en primera vuelta, pero se debilita en la encerrona a solas con Ollanta Humala, candidato al cual no se le lanzan las culpas de otros, sino las de su propia autoría. La debilidad de Keiko, más que su pasado, son sus perspectivas de futuro, las de su círculo cercano y de las fuerzas que la apoyan.

El plan de gobierno de Keiko, muy nebuloso en muchos puntos, es la receta de la inercia, por la cual en la segunda vuelta se ha ganado el respaldo de los grandes poderes económicos del país, lo que se ha traducido en una mayoría de medios de comunicación a su favor . La receta, en resumen, pretende repetir la marcha automática del segundo gobierno de Alan García y no asume, como el futuro ex-presidente aprista, que existe una nueva problemática y nuevos puntos calientes a los que no basta decirles que el Perú avanza. Es la receta de la ceguera, la trampa del statu quo, de creer que "ya la hicimos". En este engañoso triunfalismo económico a quienes les conviene congelarlo y nunca más cambiarlo, es a un minúsculo sector que se queda en nuestras narices con la mayor parte de la temporal bonanza macroeconómica. La visión a largo plazo es poco visible en el programa de Keiko, que más tiene un sabor a "fin de la historia" fukuyamista, en el que no se puede añadir ningún cambio estructural importante. El peligro de un quinquenio naranja es creer que se pueden pasar otros 5 años, basando el crecimiento sin compensar el poder de acaudaladas personas jurídicas cuando sus intereses se oponen a la mayoría de personas naturales. Junto con ello, el criterio para escoger a los voceros de su campaña nos adelanta el criterio para escoger el equipo de gobierno: la mayoría personas de posiciones duras, inflexibles o ridículas que auguran un camino de confrontación bruta, sin diálogo o menosprecio del que piensa distinto, muy semejante al segundo alanismo. Keiko Fujimori aparenta hasta ahora ser una persona sensata y razonable, pero aún si es más que apariencia, acabará en un extremo aconsejada por voces similares a las de Rey y Cuculiza (quien junto con algunos, aún reinvindica mucho de los crímenes y excesos de los 90s), y donde José Chlimper, quien una vez declaró su intención de apagar una huelga él mismo con su pistola, resulta el vocero moderado.

¿Entonces, qué? ¿El cambio? ¿Qué cambio? Otra vez, en la otra orilla espera un fascista-chavista con un pésimo disfraz de social-demócrata confeccionado en dos meses, con un enfoque desastroso de la economía (porque cambiar no necesariamente significa mejorar) y con poco ocultas intenciones autócratas, de intervención en medios y desprecio abierto a la actual Constitución. En su equipo actual, quienes no son paracaidistas de Perú Posible, pasan por una negra gama de justificación de dictaduras de izquierda, algunas de extremos totalitarios como el cubano, y que en los límites físicos de la hipocresía, ahora intentan ser los abanderados de la democracia liberal, la moderación y, vaya, la sensatez .

¿Y tienes que escoger obligatoriamente? No. El sistema electoral, el columnista militante que lees en el periódico o tus amigos cercanos talibanes, no pueden obligarte a hacerte responsable por una opción que no deseas. Es tu decisión. Y en esta debes recordar que la democracia es un sistema donde elegimos quiénes nos representan, quiénes manejan tu cuota de poder, aunque microscópica, significativa en conjunto y para ti mismo. Al marcar por Keiko, te representa Keiko y su equipo. Al marcar por Ollanta, te representa Ollanta y su equipo. Y por lo expuesto escuetamente aquí y lo visto a lo largo de esta extenuante campaña, ambos marcan un estándar muy bajo. En los abismos del extremo político puede ser reconocible el mal menor, pero se está tan al fondo que no importa. Ante tal situación, la balsa de la real-politik se hunde en el fuego cruzado de dos flotas muy lejanas, y te ahogarás si intentas nadar hacia una de ellas.

Muy probablemente Ollanta no será una pesadilla comunista y muy probablemente Keiko no será un regreso a los 90s. Pero muy probablemente cometerán tropelías y avalaran insensateces fuera del límite de la misma falibilidad política estándar, de tu tolerancia y de tu arrepentimiento. No tienes el control del Ejecutivo, no eres el dueño de una corporación, pero sí eres el amo absoluto de tu mente y tus dedos para evitar marcar una equis, para evitar que te orillen a una opción que no quieres.

Respeta los votos de los demás, cada uno tendrá su mal menor. En este escenario de mutua destrucción asegurada, mi mal menor será el voto viciado.