6.3.13

Chávez: Patria, Socialismo, Muerte y Más Allá



Chávez 
En el siempre sediento altar del poder hemos sido testigos de un nuevo sacrificio: Hugo Chávez ofrendó su vida y salud después de ser diagnosticado de cáncer, solo para intentar saborear otro pedacito más de presidencia. 14 años no fueron suficientes para un líder político que lo había preparado todo para quedarse hasta 2030, tal como eran sus públicas intenciones. La campaña presidencial de 2012 fue un último esfuerzo titánico que lo consumió y aceleró notoriamente su deterioro, a un punto tal que apenas ganada la contienda electoral, prácticamente cayó rendido y a partir de allí todo fue cuesta abajo. 

Chávez administró muy bien su gran carisma mediático, proverbial elocuencia, decidido liderazgo y energía agresiva, combinándolo con la perseverancia y la sonrisa de la fortuna. Las guerras de su archinémesis George W. Bush "Mr. Danger" en el Medio Oriente paradójicamente alimentaron su poder, no solo debido a la colosal subida de precios petroleros resultantes, sino por dotarlo de un enemigo desprestigiado en torno al cual construyó su discurso internacional. Su mayor rival interno, la plutocracia de la Venezuela Saudita, puso en bandeja su cabeza organizando un tullido golpe de Estado en 2002. El fracaso de esta infame movida arrojó luz sobre todos los elementos que podían estorbarle en el futuro, además de deslegitimar de manera masiva cualquier oposición a Chávez, estuviera o no involucrada en el golpe. Emerger de las cenizas tras la intentona, rescatado por una fervorosa movilización popular, quizá agudizó la megalomanía del presidente venezolano, sintiéndose a partir de ese momento con más derecho a imponer su voluntad mediante un modelo de autocracia competitiva y de amenazar con una bota en el cogote a quien lo contradijera.

Patria

Simón Bolívar fue sacado de su tumba simbólicamente, y más tarde de manera literal, para bendecir cada iniciativa que Chávez ejecutaba en su nombre. Así, el sueño de la Patria Grande se definió por la afinidad que cada país de Latinoamérica podía procurarle a Chávez. Para asegurar ello, dispuso sin restricciones del petróleo se su país con el fin de lograr influencia en Latinoamérica de manera muy similar a la Libia de Gadafi en África. En consecuencia, el poder de Venezuela irradió ideológica y económicamente en los vecinos de la región, logrando a lo largo de la primera década del siglo XXI un verdadero bloque de países semi-coaligados, hasta el punto de ser contendiente de Brasil en su largamente planeada hegemonía sudamericana. A la par, hizo sentir que si no estaban con él estaban contra él, algo especialmente manifiesto  en su relación con la Colombia de Uribe, a la que amenazó con una guerra durante el incidente del país cafetalero con el Ecuador en 2008. Contando con los EEUU como eje de enemistad, Chávez forjó insólitas alianzas con cualquier rival del gigante norteamericano, el que fuera, invitando a las flotas de Rusia, China y hasta Irán a ganar presencia en el Mar Caribe. Aunque al bajar el telón de los malabarismos, no dejó nunca de seguir vendiéndole petróleo a Estados Unidos, una situación mutuamente beneficiosa para ambas partes.

Socialismo

Quien aseguraba en 1999 no ser de izquierda ni de derecha, no edulcoró más su admiración por el socialismo y el modelo cubano. Ya no bastó con alimentar la lucha de clases según el manual, contraponiendo la mitad económicamente afortunada de su país con la otra empobrecida mitad, y prometiendo a los segundos la felicidad a costa de la desgracia y humillación de los primeros. Propulsado por miles de millones de petrodólares se propuso retroceder el tiempo, volando contra la rotación histórica de nuestro planeta para volver a una realidad previa a la Caída del Muro en 1989. Así, declaró reabierta la guerra contra el capitalismo y trajo a nuestro siglo un galimatías conocido como Socialismo del siglo XXI, intento de alternativa al capitalismo salvaje y promesa irresistible a muchos intelectuales náufragos del colapso comunista. La fantástica riqueza petrolera que lo acompañó permitió notables avances en cobertura de salud y educación, ganando simultáneamente el apoyo de sectores necesitados mediante una relación clientelar. Pero el modelo, como sucedió inexorablemente con todo el socialismo marxista ejecutado en el siglo anterior, no tardó en demostrar ser insostenible incluso sin necesidad que los precios del oro negro se desplomen.

Muerte

Hugo Chávez se aferró al poder hasta que se lo llevó el implacable vendaval del cáncer, dejando un gran arañazo que marca ahora el rostro Venezuela. El lado rescatable de su legado es principalmente, aunque de la forma más cortoplacista e ineficiente posible, la oportunidad de considerables sectores de la Venezuela Bolivariana saborear algo de la bonanza petrolera que la Venezuela Saudita le negaba. Pero el casi todo el resto de su herencia es sombría. Mientras ciertos avances logrados solo dependen de precios altos en el petroleo, la inflación es una ola que aún guarda sus peores embestidas, el desabastecimiento es una realidad cotidiana, las bases de una economía sostenible a futuro son casi inexistentes, el índice de homicidios trepa por encima de estándares iraquíes, los servicios públicos fallan, sectores del gobierno chantajean hasta pequeños empresarios con la amenaza de expropiaciones, el gobierno está en manos de una clase paranoica que cree legítimo tratar como parias a los sectores de la población no chavistas, y finalmente, como producto de 14 años de discursos polarizantes y violentos, las dos mitades del país se detestan mutuamente con enorme intensidad, causando una verdadera grieta nacional.

Más Allá

Muchas interrogantes hacen fila tras la muerte de Chávez. Las más inmediatas giran en torno a la sucesión. Él deja antes que un partido, una liga de movimientos unidos por la argamasa de un culto mesiánico a la personalidad, cuya cohesión o capacidad para recibir la transferencia de su popularidad será puesta a prueba. Más vastas aún son las repercusiones continentales, planteándose casi como el cliffhanger de una serie: ¿podrá Cuba mantenerse a flote en caso que Maduro no sea presidente? ¿quién llenará el sitio vacante del líder antiimperialista, Correa, Evo Morales, Daniel Ortega? ¿ha desaparecido el último obstáculo para que el peso de Brasil finalmente se haga sentir en la región como fuerza hegemónica cohesionadora? ¿continuará la contracción de la influencia norteamericana en la región independientemente del factor Chávez? 

No cabe duda que con la partida del caudillo llanero se cierra un capítulo en la historia americana.

Finalmente este acontecimiento debería poner en la mira dos preocupaciones más genéricas pero no por ello menos urgentes: 

La primera es sobre la necesidad de un nuevo modelo socioeconómico alternativo al capitalismo que deje de tener una fuerte inspiración marxista. Otra receta de socialismo nos ha confirmado los efectos secundarios que hemos ya visto en el siglo XX:  inspira autocracias cuando no totalitarismos, cultos a la personalidad del líder, restricción de libertades y erosión a mediano o largo plazo de la economía. El capitalismo actual sin duda nos conduce a un futuro materialmente insostenible y un presente injusto. La democracia liberal, tal como está estructurada ahora, se ve debilitada por el poder creciente e imparable de la plutocracia. Pero el socialismo del siglo XXI no ha probado ser un remedio, sino un paso atrás del actual modelo y solo adelante de proponer el fascismo o el regreso a la monarquía. En una era que camina a la singularidad tecnológica es una vergüenza que contemos con tan pocas alternativas de cambio. A este paso, el inevitable descontento que se cierne sobre el actual sistema solo será canalizado a cauces peores.

La segunda nace de una frase de Chávez que lo resume: "Yo no soy un hombre, soy un pueblo". Como si no existiesen lecciones de la historia de sobra, un individuo que intentó encarnar de manera vitalicia y mesiánica el destino de un país obtuvo no solo el respaldo de un gran sector de la población, sino la adherencia de importantes élites intelectuales. Realmente tengo miedo al futuro cuando un sector considerable las clases supuestamente más cultivadas inventa explicaciones alambicadas para justificar regímenes autoritarios. Si ellos caen ahora, solo es cuestión de tiempo para que en el futuro un líder con menos torpezas, más encantador pero con similares ambiciones de poder absoluto conquiste el corazón de muchos más. El campo es fértil para más autócratas y dictadores en el futuro, y para sacerdotes intelectuales que los legitimen absolviéndolos de sus pecados.